sábado, 18 de enero de 2014

El destino ya estaba escrito


Y de repente pasa, algo se acciona, y en ese momento sabes que las cosas van a cambiar y han cambiado. Y a partir de ahí nada volverá a ser lo mismo... nunca.

En los dos minutos y medio de imágenes disponibles en el vídeo de aquel derbi ante Picatostes, jugué y corrí como si no pasara nada. Una venda en cada gemelo, era el recordatorio de que a mi articulación no le sienta bien el juego en superficie de hierba.

Todo parecía ir como en otro partido más de los infinitos encuentros que puedo llegar a jugar en un año, pero ese día no todo iba a ser como siempre, el destino me tenía preparado el mayor castigo que se le puede dar a a alguien que vive por y para el Calcio.

Un balón disputado, un rival al que alcanzar y un mal apoyo en post del esférico que me condenaría a los infiernos más oscuros y bajos. Desde el primer momento, en el que mi rodilla deambulaba por el aire, noté que no iba a ser un golpe más de los que me llevo a diario en un campo de fútbol.

No sabía lo que había sucedido, fue cuestión de segundos, ocurrió todo muy rápido. Mis manos fueron directas a ella. Esa rodilla izquierda que hasta ese momento había pasado por mi vida como algo normal de la que nunca quise saber nada y por la que nunca me interesé, se había convertido en todo mi centro de atención.

Conseguí ponerme en pie, ayudado por mis compañeros y rápidamente me senté en el banco. El hielo y los ánimos hicieron que el dolor fuera menguando, no en su totalidad pero si en cierta medida, lo justo para que decidiese volver al campo, aunque ya nada volvió a ser lo mismo.

Además de perder el derbi, caer goleado ante el eterno rival, vernos superados en la clasificación y ser colistas, perdí también la opción de poder volver a jugar en un tiempo. Mi rodilla y mis ligamentos, acabaron manifestándose tras el partido a pesar de mis esperanzas depositadas en una recuperación milagrosa que nunca llegó.

Los médicos no se explicaron cómo pude continuar “jugando”. Yo si se el motivo: las ganas de jugar me pueden y no veo el momento de volver a un terreno de juego, de poder correr sin problemas, de chutar un balón y de poder ayudar a mis compañeros a salir del pozo en el que nos hemos metido.

Mi cabeza retrocede en el tiempo y analiza cada segundo de esa acción. Intentar cambiarla o borrarla ya es imposible, puesto que el destino está escrito. Solo queda entrenar y entrenar para que mi rodilla vuelva a ser puesta en circulación y esperar un nuevo derbi en el que las cosas no salgan tan mal dadas como la última vez.

Solo cuando uno se lastima una parte del cuerpo descubre lo importante que es. La acción mecánica más común, entre varias que a diario realiza el cuerpo humano, está al flexionar las piernas. Sentado, al arrodillarse, o cuando se encoje para recoger algo, las piernas se flexionan más o menos por la mitad. La presencia de esta articulación en la vida cotidiana, solo se hace más notoria por el dolor al golpearse con cualquier tipo de objetos.

Porque evocando la frase del filósofo y poeta alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche, “lo que no me mata me hace más fuerte”.

"Hasta la vista Xtreamers”

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